Concierto Joaquin Sabina 10/08/2010












Nada es casual en la noche sabinera. El interrogante que luce en su camiseta negra      advierte: ¿será la última vez que le veamos en un recinto como el Palma Arena? Sólo él lo sabe, o no. Quizá sea una estrategia de marketing, quizá sea cierto aquello de que está harto de que la música sea "un pretexto para reunirse la tribu" y queden en un segundo plano los matices, la respiración de la voz, las guitarras. Anoche hubo quórum, de hasta seis mil personas, muchas haciendo el indio, no como los de su amado Atleti, sino más pendientes de las hermosas féminas que de las canciones, y aunque los matices no se consiguieron, sí gustó el sonido, más inteligible que en pasados episodios musicales en este mismo recinto, como el Alejandro Sanz, por poner un ejemplo.
Falló la bebida, imprescindible en verano. Para conseguir un refresco, fuera cual fuera a precios impopulares (ocho euros la litrona, en vaso de plástico), había que esperar quince minutos. A los promotores la crisis les pasa factura a la hora de abrazar la barra. Al que no le pasa es a Sabina, que en este 2010 le pasa como en aquél año, también de recesión, en la transición, con el desencanto y la reconversión industrial. Es triple disco de platino y no deja de sumar espectadores. Ayer los hubo de todos los perfiles. Grandes y pequeños, argentinos y mallorquines, rumberos y rockeros, todos rendidos al carisma y la leyenda de un incombustible crápula que suma ya la respetable cifra de 61 años y quince álbumes con su nombre en la portada. Y nos dieron las diez, y las once..., se escuchaba por los altavoces mientras la gente buscaba sitio. El espacio se comprimió en cuanto resonaron las notas de la mítica Lili Marlen, y una ovación retumbó al aparecer el trovador del sombrero, dispuesto a dejarse el alma hasta los huesos. "Bona nit Palma, buenas noches Mallorca", saludó después de entonar Tiramisú de limón, el single de su último trabajo, Vinagre y rosas. Sabina, que "nunca tuvo más religión que un cuerpo de mujer", y que encontró a una de las suyas en tierras mallorquinas, recordó sus tiempos de mili en la isla, y aclaró que aunque es cierto que "hablar bien de donde uno hizo la mili siempre es difícil", en el caso de la isla, "un sitio en el que uno se muere por volver y volver", es una excepción. "Es en lo único en lo que estoy de acuerdo con el Borbón", bromeó el trovador de voz de lija.
Amigo de sus amigos, no se olvidó de su Chavela Vargas, ya con 91 añitos, al dedicarle la conocida Por el boulevard de los sueños rotos. Sus fieles corearon sus coplas y ocurrencias, se entregaron a sus versos y vibraron con sus movimientos, como cuando se quitó su chaqueta. "Guapetón", le gritaron las más atrevidas. Peor para el sol fue uno de los temas hermosos de la velada, que encontró sus momentos culminantes pasados sesenta minutos, cuando empezaron a caer los clásicos. Lástima que el jienense haya decidido dedicarle más tiempo a escribir y menos a cantar, aunque quizá remiende lo que nunca quisieron escuchar.
"Diario de Mallorca"

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